Entrevistado por Agroverdad, el experto puntualizó que, de entrada, hay que asumir que el garbanzo «no es igual al cultivo de la soja».
Por consiguiente, demanda un programa de manejo sanitario distinto, requiere un monitoreo selectivo diferente y tratárselo con un uso de fungicidas y de dosis distinto. El monitoreo, por ejemplo, debe efectuarse «cada 3 a 5 días».
Para la campaña entrante, Carmona –al igual que otros especialistas, en particular los que actúan en territorio cordobés- recomendó que el «primer paso» para encarar el cultivo es el análisis sanitario de la semilla, de su poder germinativo y de su vigor. Es preciso, además, conocer con exactitud «la procedencia» de la semilla, de qué región viene e, incluso, de que país, pues se ha dado el caso de partidas introducidas desde el exterior.
En este sentido, cabe advertir que la rabia o tizón del garbanzo es de ataques rápidos y virulentos, de modo que eso no sólo exige trabajar con una semilla pura y que no tenga el más mínimo atisbo de la enfermedad, sino que se impone fumigar sin dilaciones antes «los primeros síntomas».
En suma, «cuando se hace garbanzo se debe saber que se está haciendo un cultivo especial», ratificó Carmona.
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